En el mes de abril de 1886, un joven Gustav Mahler (1860-1911) de 26 años, toma posesión de su nuevo cargo como director de la prestigiosa Ópera de Leipzig, dejando atrás su breve estancia en Praga en la que se aburría con un puesto en reserva como director del Neues Deutsches Theater.
Allí, en la ciudad de Leipzig, conocerá y mantendrá un tórrido romance con Marion von Weber, esposa del barón Karl von Weber, quien a su vez, era nieto del compositor Karl María von Weber, cuya música Mahler admiraba mucho.
Aunque la composición de la primera sinfonía se extiende en un periodo de cuatro años, desde 1884 hasta 1888, será en estos dos últimos años vividos en Leipzig en los que el trabajo de composición se volverá más intenso y con una mayor producción, dirigiendo él mismo el estreno de su primera obra sinfónica en Budapest el 20 de noviembre de 1889 bajo el nombre de Symphonische Dichtung in zwei Teilen (Poema sinfónico en dos partes).
Como resultado de una recepción bastante fría por parte del público, Mahler volvió a trabajar en su obra, reformándola, y dándole el nombre de Titán, en clara alusión a la novela Titán del gran poeta germano Jean Paul. Bajo este nombre, Mahler reestrenó la obra en Hamburgo en 1893, con resultados un poco más aceptables a los recibidos en Budapest.
El propio Mahler, un año antes de morir, escribió a Bruno Walter y se expresó de esta forma en referencia a su primera sinfonía: “Quedé más bien satisfecho de este ensayo juvenil. Para mí es una experiencia curiosa dirigir una de esas obras. Una sensación de doloroso ardor se cristaliza. ¡Qué extraño universo se refleja en esos sonidos y en esas figuras! ¡La marcha fúnebre y la tormenta que le sigue son una feroz requisitoria contra el Creador!”.
Un ensayo juvenil, según palabras de Mahler, un primer acercamiento a la composición de una sinfonía, algo que definía como “la construcción de un mundo”. Su primera sinfonía, su primer mundo que pobló con tanta experiencia, tanto sentimiento. En ese primer mundo, se encuentra la naturaleza, se encuentran las danzas populares, se encuentra esa búsqueda, tantas veces agónica, del sentido de la existencia, se encuentra la eterna lucha entre el bien y el mal, así como su también eterna dualidad entre los momentos de alegría y la más profunda tristeza.
La primera sinfonía de Gustav Mahler consta de cuatro movimientos. Originalmente tenía un movimiento adicional llamado “Blumine” (Florecillas), que Mahler escribió como música incidental para una obra de teatro. Sin embargo, posteriormente Mahler retiró dicho movimiento.
- Langsam, schleppend. Wie ein Naturlaut. Im Anfang sehr gemächlich
- Scherzo: Kräftig bewegt, doch nicht zu schnell.
- Trauermarsch: Feierlich und gemessen, ohne zu schleppen.
- Stürmisch bewegt.
Para un análisis de los cuatro movimientos de la primera sinfonía, tomaremos como base la interpretación que hace el venezolano Gustavo Dudamel al frente de la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles.
I Tiempo – Langsam, schleppend. Wie ein Naturlaut. Im Anfang sehr gemächlich (Lento, retardando. Como un sonido de la naturaleza. Muy tranquilo al principio)
En sus primeros compases sinfónicos, Mahler te lleva de la mano por esa naturaleza en la que pasaría tantos veranos dedicados en exclusiva a la composición. No en vano, él mismo se definía como un “compositor veraniego”, pues sólo en los descansos estivales tras las largas temporadas dedicadas a la dirección de orquesta, desarrollaría su gran pasión: la composición.
Con la nota “la” interpretada en siete octavas se inicia el primer movimiento, como un lienzo sobre el que Mahler irá dibujando las vocecillas de diferentes aves, acompañadas de algunas fanfarrias interpretadas por una trompeta.
Como si de un amanecer en pleno campo se tratara, al ritmo de la salida del sol se suceden nuevos compases y se hacen presentes más sonidos propios de la naturaleza. Las secciones de cuerda cobran protagonismo, a la par que se siente un “cuco” interpretado por el clarinete, mientras que el canto de otros pajarillos toma forma en la flauta y el oboe.
La composición avanza y las cuerdas interpretan un pasaje que recuerda de forma clara una anterior composición de Mahler, el ciclo de canciones “Lieder eines fahrenden Gesellen” (Canciones de un compañero de viaje). En concreto, se hace presente el primer tema de la segunda canción “Ging heut Morgen übers Feld”.
Caminé a través de los campos esta mañana;
el rocío aún pende de cada hoja de grama.
El pinzón alegre me habló:
«¡Hey! ¿No está? ¡Buenos días! ¿No está?
¡Tú! ¿No está volviéndose un mundo maravilloso?
¡Pío! ¡Pío! ¡Hermoso y claro!
¡Este mundo me deleita tanto!»
También, las campánulas azules en el campo
alegremente con buenos espíritus
tañían para mí con campanas (din,din)
su saludo matutino:
«¿no se está convirtiendo en un mundo maravilloso?
¡Din, din! ¡Hermosura!
¡Este mundo me deleita tanto!»
Y entonces, bajo los rayos del sol,
el mundo repentinamente comenzó a resplandecer;
todo se llenó de sonido y color
¡a la luz del sol!
¡Flores y pájaros, grandes y pequeños!
«Buenos días,
¿no es acaso un mundo maravilloso?
Hey, ¿no es? ¿Un mundo maravilloso?
¿También mi felicidad empezará ahora?
No, no – quiero decir, la felicidad
¡nunca puede florecer!
Contra todo pronóstico, el movimiento finaliza con una explosión de colorido con presencia dominante de la sección de metales con trompetas, trombones, trompas y tuba. Unos compases finales más propios del final de la obra, que del final de este primer movimiento que ha transcurrido en una apacible y serena naturaleza.
II Tiempo – Scherzo: Kräftig bewegt, doch nicht zu schnell (Poderosamente agitato, pero no demasiado rápido).
Sobre el marco campestre y bucólico descrito en el primer movimiento, el segundo movimiento basa el tradicional scherzo en el ländler austríaco. Muy popular en Austria, el sur de Alemania y la Suiza alemana de finales del siglo XVIII, el ländler es una danza folclórica en compás de 3/4 para parejas que bien pudo ser la precursora del vals y que todavía se puede ver bailar en las localidades más tradicionales de Austria.
Durante la interpretación abundan los “marcato” que con grandes y ostentosos gestos impone Dudamel a la sección de cuerdas con la intención de recordar la fiereza en el pisoteo con el que se bailaba un ländler. Tanto era así, que las botas de los hombres iban reforzadas con clavos para hacer más ruidoso el pisoteo.
La interpretación de un ländler en el scherzo se convertiría casi en hábito en las sinfonías posteriores, pudiendo encontrarnos con un ländler en el tercer movimiento de la Quinta Sinfonía o en el segundo movimiento de la Novena Sinfonía.
III Tiempo – Trauermarsch: Feierlich und gemessen, ohne zu schleppen (Marcha fúnebre: solemne y mesurado, sin rezagarse).
El tercer movimiento comienza con un ritmo de marcha fúnebre marcado por los timbales al que le sigue casi de forma inmediata, a partir del quinto compás, un solo de contrabajo que interpreta una variación en modo menor del popular tema «Frère Jacques«.
Pronto, se sumará de forma secuencial, creando así un “ostinato”, la misma melodía interpretada, primero por la gravedad del fagot y, a continuación, por la tuba, como prólogo a una nueva melodía interpretada, también de forma secuencial por el oboe, la flauta y los clarinetes.
Tras estos primeros compases, llega una grotesca parte iniciada por los oboes que pretende representar un cortejo fúnebre compuesto por los animales del bosque que acompañan el ataúd donde yace muerto un cazador. El propio Mahler lo describe empleando estas palabras: “Los animales del bosque acompañan el ataúd del montero muerto a la tumba; las liebres llevan la banderola, delante de una orquestina de músicos bohemios, acompañados de gatos, sapos, cornejas, que tañen diversos instrumentos; mientras, ciervos, venados, zorros y otros animales del bosque escoltan el cortejo en actitudes cómicas”.
No se puede asegurar a ciencia cierta de dónde le vino la inspiración a Mahler para incluir esta cómica escena en el desarrollo de una marcha fúnebre, la cual fue, sin duda, responsable de esa mala acogida por parte del público el día de su estreno.
Hay quien dice que el origen se sitúa en el cuadro “El entierro del cazador”, muy popular en el sur de Alemania. Mientras que otros afirman que Mahler había llamado a este movimiento «Marcha Fúnebre a la Manera de Callot«, por un dibujo del grabador francés Jacques Callot que muestra una procesión de animales danzando alegremente, mientras acompañan a su tumba el cuerpo de un cazador muerto.
Cuando la procesión de animales se aleja, el arpa y las cuerdas recuperan la canción última del ciclo “Lieder eines fahrenden Gesellen”, titulada: “Die zwei blauen Augen von meinem Schatz”. El oboe y el primer violín protagonizan un delicado diálogo.
Tras unas fugaces notas interpretadas por la flauta, la sección de metales trae de nuevo la melodía del cortejo fúnebre, dejando al grupo de clarinetes, arropado por el fagot, las notas más características. La sección de cuerdas al completo se suma y es, de nuevo, el fagot, el encargado de interpretar las últimas notas en un final extremadamente pianissimo del movimiento.
IV Tiempo – Stürmisch bewegt (Agitato).
Con una energía desbordante, irrumpe este último movimiento tras el desaparecer lentísimo del cortejo fúnebre de animales con el que concluye el anterior movimiento.
Un arrebatador protagonismo de todas las secciones de cuerdas acompañadas por la percusión y la sección de metales, inunda de sonoridad los primeros compases, como queriendo dibujar la escena de un dramático duelo, una lucha a muerte.
¿Cuál es el sentido de tanto dramatismo y furia en este inicio del último movimiento cuando en el primer movimiento escuchábamos a un alegre pinzón decir: “¡Hey! ¿No está? ¡Buenos días! ¿No está? ¡Tú! ¿No está volviéndose un mundo maravilloso?”
Y mientras pensamos una respuesta con sentido a la anterior pregunta, un nuevo interrogante nos asalta: ¿Y qué sentido alternar esa rabia y fuerza con un momento de absoluta paz y serenidad? Porque eso y no otra cosa es lo que sucede a los anteriores compases, un remanso de paz, como si de una tranquila laguna se tratara tras la violencia de un salto de agua. Así nos hace sentir la melodía introducida por las cuerdas, sumergiéndonos en una atmósfera impregnada de bellas y relajantes emociones, claro ejemplo del lirismo que protagonizaría más tarde gran parte del resto de las sinfonías de Mahler.
Así es Mahler, capaz de, en tan sólo unos compases de extremo lirismo interpretado por las cuerdas con abundancia de trémolos y vibratos, hacerte olvidar la tensión emocional, una vívida angustia de anteriores pasajes, sintiéndolos como lejanos en el tiempo.
De nuevo la tensión y tras una nueva calma, la trompeta introduce y anticipa de forma tímida y suave lo que será la melodía que hacia el final del movimiento se identificará con el triunfo, con esos momentos de desbordante alegría por la victoria conseguida.
Tras lo anterior, se recuerdan elementos de los anteriores movimientos, escuchando de nuevo el “cuco” del primer movimiento en el clarinete y la voz de un pajarillo en la flauta.
Después de un último pasaje con enorme lirismo, se encuentra el triunfo definitivo del bien, momento en el que el compositor, introduciendo una nueva innovación en la partitura, indica que las trompas se pongan de pie. El final del movimiento, con una intensidad “in crescendo”, recuerda aquel final del último movimiento de la Cuarta Sinfonía de Tchaikovsky que en un éxtasis de sonoridad abraza el final de la obra, concluyendo el último compás con dos simples notas.
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